Todos los días, a la hora del desayuno o la comida, conversaba de murciélagos y tiburones con Batman "negro". O "Batman black", como se presentaba él cuando hablaba conmigo. Yo vivía con su familia a cambio de enseñarle inglés, y era una de las pocas personas que conocía su verdadera identidad. Telmo, un niño de tres años, pero que cuando le preguntaban quién era, respondía muy en serio y levantando una mano, como si fuera a volar:
- ¡Batman negro!
La aclaración de "negro" no estaba de más. Había un programa de dibujos animados que también presentaba a Batman, pero de color azul oscuro. Telmo, que era más rudo, prefería el negro. Como si fuera de los malos. Pero su fantasía era más que un juego de actuación. El niño se comportaba a la altura del compromiso, como todo un mayor.
- ¿Les tiene miedo a las arañas?, le pregunté una vez.
- No...
- ¿Y a los dinosaurios gigaaantes?- seguí, recordando que vivía en un mundo de cosas gigantes.
- No –volvió a decir extrañado-, si yo soy... ¡Batman negro!
Pero debía llevar una vida como la del resto de sus coetáneos. Iba a un colegio de Pamplona, en el que su secreto había estado a punto de dejar de serlo. Una vez, en medio de una clase, pegó un grito iracundo que congeló a todo el salón. Bego, la maestra, que había estado escribiendo en la pizarra volteó de inmediato, asustada.
- Es que soy Ba...
- ¿?
- ¡Un león!
El último seis de enero había ido a celebrarlo a casa de sus abuelos, con tíos, hermanos y primos. Entre los regalos para los niños había una capa y una máscara de Batman, negras. Eran lo que el pequeño valiente esperaba. Pero los "reyes" se habían confundido. No se las habían mandado a él, sino a su primo, Iñaki. Su carita pequeña se llenó de decepción, pero se mantuvo ecuánime hasta que pudo escabullirse de la reunión. Minutos después reapareció por la sala vistiendo el disfraz, que se le enredaba entre las piernas y era más grande que él. Se las había arreglado para que Iñaki se lo dejara antes de siquiera haberlo estrenado, y cumplir su sueño: lucir como "Batman black". Corría entre los muebles con el traje como entre calles estrechas, hasta que su padre lo regresó con un golpe de voz de Ciudad Gótica a Pamplona.
- ¡Telmo! - el niño se quedó inmóvil- Qué bueno es Iñaki que te ha dejado su capa, ¿no? ¿Ves qué bueno es compartir? Ahora déjasela tú un rato a tu primo, ¿vale? - y lo que quedaba a la vista de su rostro se curvó de pena.
- Jo... - respondió apenas, pues sabía que no sería un rato.
Telmo tuvo fuerzas para renunciar al vestuario. Pero en medio de las palmas y celebraciones de la familia por su noble acción, se doblaba de tristeza y escondía su carita en un sofá de la sala. Mientras, de lejos, su madre lo miraba sonriente y orgullosa. Tenía un pequeño héroe en casa.
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